El acoso sexual apoyado por hombres y mujeres
Es muy fácil que un hombre se vuelva un agresor sexual. El solo hecho de mirar en la calle el cuerpo de las niñas y mujeres configura el delito de acoso sexual callejero, que, si bien no está penalizado en todas sus variantes en Perú, no deja de ser un modo de cosificación de las mujeres, de lo femenino. Gerda Lerner nos recuerda que la primera forma de dominación humana es la dominación de la sexualidad de las mujeres.
Estas conductas se enseñan desde la infancia. Recuerdo que una familia amiga le enseñaba al hermano menor, de 6 años, a dar palmadas en el trasero a mujeres que pasaban por la calle. Sus hermanos mayores (dos hombres jóvenes) le celebraban con palabras de felicitaciones y con risas; el niño también reía por el “logro” alcanzado.
Este año, en un chat de amigxs peruanxs, uno de los principales voceros del grupo comentó, con naturalidad, que se acercaba a las protestas de ucranianxs, frente a la Embajada de Rusia en Lima, para “ver a las ucranianas”. Su justificación era que le “gustaba las eslavas”. Ya antes, en el twitter de una conocida política, ante una opinión política que ella publicó, él había dejado el comentario “estás buena”. Todo esto es fácilmente interpretable como cosificación, pero además del hecho de acercarse a mujeres en un contexto de protesta social con una intención física sexual, es la permisividad con la que puede expresar su deseo sexual sin que nadie le ponga límites. En el chat con 20 integrantes, en las que solo dos personas (mujeres) hayamos intentado plantear una crítica a dicha conducta masculina, recibía apoyo o comentarios neutrales por parte de algunxs compañerxs, con frases como “hay que relajarnos” o “lo están tomando muy personal”, lo que terminaba de configurar un espacio en el que se valida y se aprueba el acoso sexual a mujeres. Tal como señalé en su momento, “denota esa libertad de la que se sienten dueños la mayoría de hombres en Perú para tratar a las mujeres como objetos de deseos, sin respeto a su calidad de humanas, en una sociedad sumamente conservadora” que suele renunciar a sus derechos humanos fundamentales.
La participación de apoyo por parte de mujeres es aún más doloroso y perjudicial, puesto que validan violencias que después son repetidas sobre ellas. Es parte de la indefensión aprendida que hacemos por las violencias que se sufre diariamente y de las que no es posible defenderse. Sin embargo, acoplarnos no nos ayuda en nada, porque estos actos machistas por parte de hombres dominantes nos restringen a las mujeres a hacer uso del espacio público como forma de castigo por “atrevernos” a hacer cosas tan iguales como los hombres (escribir en Twitter o salir a protestar). Los hombres no reciben un castigo similar por medio de la sexualidad y, en general, nadie debería recibir ese castigo social. Nos deshumaniza y nos reduce a un pedazo de carne.
Dentro del mismo grupo social, junto con otrxs allegadxs, se han manifestado otras acciones sexuales más agresivas. En el juego “vampiro” que se hace en grupo, en parques y con participación de hombres y mujeres, en el que hay que jugar con los ojos cerrados, los hombres han tocado los senos de las mujeres en reiteradas ocasiones. En ningún momento, se ha establecido que sea un juego de connotación sexual ni que parte de las reglas sea permitir tocar el cuerpo de las mujeres. Aún más, parte de la permisividad es la risa de algunas de las mujeres tocadas o la convocatoria para el juego por parte de mujeres.
Se nota, entonces, cómo la violencia sexual puede ir escalando a través de la impunidad, la permisividad, la validación y defensa por parte del grupo agredido, dentro de contextos sociales más peligrosos que relegan estas violencias a un segundo plano de discusión, como una dictadura o una guerra de efecto mundial.
El ser mujeres que apoyemos agresiones de los hombres no nos va a hacer parte de su círculo ni nos va a liberar de situaciones riesgosas. La fraternidad masculina machista solo utiliza a las mujeres hasta cuando las necesite o cada vez que las necesite. El resto del tiempo, pasamos a ser relegadas al lugar que nos han designado en la sociedad, de siervas o depósito de violencias, sea ganando menos salario, haciendo trabajo doméstico no pagado, quedándonos en labores de cuidado, silenciándonos, o peor aún, siendo golpeadas, violadas o asesinadas.