Redactado por: Estefanía Pomajambo Figueroa (bachiller en Sociología y ponente en GT11 en el Congreso ALAS México 2022)
Nuevas incoherencias en el primer día del Congreso
El congreso anunció que el ponente que abriría el evento sería el sociólogo francés Bernard Lahire. Dentro de un grupo de chat latinoamericano de estudiantes y tesistas de Sociología, consultamos si es que el sociólogo estaría de forma presencial, dado que la información no se encontraba en la página oficial ni en el Facebook. Nos confirmaron que sí, por lo que supusimos que la inauguración estaría llena. Nuestro grupo llegó antes de las 9 de la mañana, cuando las puertas seguían cerradas. La apertura del local comenzó a las 9:30, media hora antes del inicio oficial. Luego de las presentaciones de las autoridades, la conferencia inaugural nos dejó perplejxs. Primero, Lahire no iba a estar presente, sino solo por Zoom, además de que inició tarde la conexión. Segundo, como el ponente hablaría en francés, se colocó a una traductora en la misma señal de Zoom. Sin embargo, la imagen de ella se ocultó, y dividieron la pantalla para que se vea la imagen de Lahire y un texto en Word que contenía la traducción de su discurso. Todxs nos sorprendimos. De repente, el señor comenzó a dar su discurso en francés ¡en un congreso latinoamericano!, sin pausa (sin hacer uso de la traductora oculta) y pareció que quienes estaban a cargo de la organización del evento esperaban que el público leyera el texto en Word. Tercero, ¿ya la sola presencia de un hombre blanco europeo no es suficiente símbolo de eurocentrismo y prolongación de la dominación colonial, como para que, encima, no hable en castellano o portugués, idiomas principales de Latinoamérica? ¿Por qué no presentaron otra opción de ponente no masculino y latinoamericano que se comunique en nuestros idiomas? Una justificación que se comentó fue que “lxs organizadores no se ponen de acuerdo con respecto a lxs ponentes”.
Primer día de ponencias en grupos de trabajo: explotó el desorden

Lo que relato en esta parte se puede resumir en: retrasos en inicios de mesas, poco o nulo tiempo para la reflexión sociológica, retraso en llegada de moderadoras, mala coordinación entre ponencias virtuales y presenciales, riesgo de no exponer, mala señalización física, falta de información de ubicación de salas, inadecuado comportamiento de moderadores y retraso en entrega de herramientas digitales a las personas voluntarias.

El lunes 15 fue sumamente desconcertante. Jamás había estado en México y mi amigo mexicano no conocía la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Ciudad Universitaria de la UNAM, donde me tocaba exponer. Cuando llegamos, antes de las 8:30 a.m., resultó que la facultad tenía varios edificios y patios. Cuando preguntamos cuál era el “Edificio E”, ningún estudiante daba referencia. Si decíamos que veníamos al ALAS, el desconocimiento era mayor. Alguien, finalmente, nos indicó cuál era el edificio que buscábamos, pero este no tenía ninguna señal, mucho menos algún aviso externo de que ahí se estaría realizando evento alguno. Ya dentro, no había una ruta de ubicación de los 12 salones habilitados para el evento. En mi caso, en el piso en el que estaría mi mesa de trabajo, solo había dos mesas. Otras estarían en otros pisos. Regresamos a las 9 a.m., hora de inicio de las más de 30 ponencias del día, y en mi salón estaba solo la voluntaria, quien debía solo encargarse de la parte técnica, sin la coordinadora de mesa. Necesitó hasta las 9:30 a.m. para conseguir la clave para la laptop, la clave para el wifi y la conexión para el proyector. De las 7 ponentes programadas, 2 aparecían sin haber pagado en el sistema, pero aun así, solo estábamos presentes 2. Si revisan la programación, las otras 3 estaban registradas como ponentes virtuales; este detalle jamás se mencionó durante las dos horas.

La moderadora llegó a las 9.30 a.m., pero inmediatamente salió a revisar otras mesas del local. Al regresar, la moderadora nos indicó que nos juntaría con otros dos grupos más, porque en uno solo estaba una ponente y en el otro dos. Así, nos juntamos cinco ponentes con un retraso de más de media hora. Eso reducía el tiempo de ponencia de cada una, además de la discusión. Además, en ningún momento se indicó que habría ponentes virtuales. La mesa terminó a las 11:30 a.m., lo cual afectaba a la siguiente.

En la mesa de las 11 a.m. de la misma sala, estaba una amiga de Monterrey dispuesta a dar su exposición de manera presencial. Su moderadora le dijo que la mesa sería virtual, porque “todas estaban en modo virtual”. Mi amiga, molesta, le reclamó la afirmación, porque había pagado su viaje y el monto como ponente presencial.

Para poder ayudarla, bajé al siguiente piso en busca de alguna sala en la cual juntarle. Me dieron una opción y corrí a avisarle. La encontré sumamente mortificada, por la forma en la que la habían ninguneado, como si su tiempo de desplazamiento, su dinero invertido y, sobre todo, su ilusión de exponer, no significaran nada. Bajó a la mesa que le mencioné y, por fin, pudo exponer después de una doctoranda.

Mi amigo y yo entramos mientras la doctoranda daba su ponencia. Las salas eran bastante pequeñas, por lo que cualquier movimiento perturbaba la exposición. Quien trabajaba con la laptop era un voluntario. La moderadora llegó tarde y, de repente, interrumpió la ponencia de la doctoranda para presentarse, para luego interrogar al voluntario si ese era su puesto y si estaba tomando nota de quiénes exponían. La expositora se quedó terriblemente sorprendida de esa actitud, así que, cuando la moderadora dejó de hablar, le pidió muy educadamente, pero con firmeza, que no volviera a interrumpir, porque obviamente desconcentraba.

Paralelamente, ese mismo día a las 9 de la mañana, a un grupo de cuatro compañeras chilenas de la Universidad de Concepción, le tocaba exponer en una mesa en la Unidad de Posgrado, a media hora de la Facultad donde estábamos. Muestro la distribución de su mesa.

Como se ve, tres de las cuatro integrantes tienen punto verde. Eso significa que 3 pagaron. Como en toda la mesa hubo seis personas que pagaron, la distribución de tiempo bien podía ser entre seis expositores, uno virtual y el resto presencial. Si se contaba con seis ponentes para dos horas de exposición, se podía dar 15 minutos a cada unx, con lo que restaba 30 minutos de reflexión. Sin embargo, el moderador, miembro de la asociación ALAS, solo dio quince minutos al equipo chileno, en vez de los 45 que les podría corresponder por el pago hecho. Incluso así, en varios momentos las apresuró a terminar sus minutos, en vez de entender que no era responsabilidad de ellas que el tiempo se hubiera acortado y que, además, el pago de 3 ponentes les podía permitir una mayor asignación de tiempo.

Motivos fuertes tuvieron ellas para pagar por ese espacio. La temática era una reivindicación a lo vivido por ellas mismas durante las protestas sociales de Chile del 2019 que son por demás conocidas a nivel mundial. Dejo sus sentires y el de una compañera de ellas, plasmados en tuits.

La desafortunada conducta del moderador no se restringió al tiempo designado a las compañeras. Su actitud prepotente con quienes estaban conectadxs desde el Zoom fue tal que, al hacer el ademán de preguntar quiénes de lxs ponentes virtuales estaría conectadx, lo hizo rápido, más por cumplir que por un interés genuino de dar el espacio correspondiente de exposición. En la figura de arriba, se ve que una persona había pagado para esta modalidad; sin embargo, según informan las compañeras, no se le dio espacio.

Otras denuncias recabadas de Twitter

Dado que, en mi caso, un grupo de sociólogxs y estudiantes de Sociología nos habíamos organizado para apoyarnos en generar público para nuestras ponencias, usamos esta colectividad para denunciar las situaciones que nos estuvieron pasando, tanto por Twitter como por Facebook. Esto nos permitió conocer más casos y recabar situaciones y quejas de ponentes, asistentes, voluntarixs y miembrxs de la misma asociación ALAS.

Un resumen de algunos tuits que recibimos: locales sin anuncios, mesa de registro centralizada en un local de la UNAM sin información de ello en los otros 3, falta de informantes en cada sede, falta de envío a ponentes virtuales y asistentes de código de acceso a salas Zoom (mesas 17 y 24 del lunes 15 en UNAM), falta de intérpretes de señas (sobre todo en mesas sobre exclusión social), cambios de horarios y de orden, extensión de tiempo para algunxs ponentes en desmedro del resto, y mesas de trabajos en espacios inseguros para mujeres. Juzguen las situaciones por sí mismxs.


Algunas perlas del trato a lxs voluntarixs

Ser parte del equipo organizador no era garantía de un mejor trato. Por lo menos, no estando fuera de la élite. Eso fue lo que ocurrió con lxs voluntarixs. Alrededor del cuarto o quinto día del evento, nos enteramos de que la mitad de las voluntarias y voluntarios renunció el lunes al ver el desorden. Si ese día fue caótico, mantener este evento con la mitad del apoyo se proyectaba insostenible. Efectivamente, hubo mesas en las que lxs moderadores no tenían conocimiento de cómo usar el Zoom y otras en las que las laptops antiguas no permitían la conexión a Zoom. También, ocurrió que un estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS), al ver que se necesitaba gente, se acercó a colaborar desde el martes o miércoles, y se quedó todo el día. Eso lo vimos directamente.

Además de eso, hemos podido recabar denuncias verbales directas, como, por ejemplo, no haber recibido lonchera para resistir el día, la tardanza de la mayoría de coordinadores de las Mesas de Trabajo, falta de explicación del trabajo antes de iniciar la semana del Congreso y posterior sobrecarga de labores, mala comunicación de pautas para resolver contingencias, falta de revisión de uso de herramientas tecnológicas, y seguro otras más.

Por ejemplo, hubo docentes de Colombia que, habiendo ido y no pudiendo exponer por errores en la programación, no tenían a quién recurrir porque no estaban presentes lxs coordinadores de mesa. Solo podían hablar con lxs voluntarixs, pero luego, cuando llegaban a comunicarse con lxs coordinadores, estxs últimxs culpaban a lxs voluntarixs aduciendo de que “no estaban haciendo bien las cosas” y “llegan tarde”. Hay que tener en cuenta que lxs coordinadores eran miembros de la Asociación. Se suponía que la única tarea de lxs voluntarixs era abrir salas de Zoom, no conducir mesas ni tomar decisiones de inclusión de ponentes que no habían podido exponer. Hubo momentos en que han tenido que atender 3 salones y, aún así, no darse abasto, mientras que el internet no funcionaba bien.

Otra situación que nos explicaron fue sobre el certificado o constancia de voluntariado. Unx voluntarix nos relató que, al concluir los días de trabajo, consultó qué seguía después. La respuesta que recibió fue “bueno, toma un paste”. Cuando lx voluntarix preguntó si es que iba a recibir una constancia o certificado, le dijeron que “ahorita no, pero si quieres, la próxima semana les contactamos”.

Dudas pendientes

¿Todo esto lo sabe la ISA (Asociación Internacional de Sociología)? Un colega peruano, que participó de la organización del ALAS del 2019, me explicó lo siguiente con respecto a la desorganización de estos congresos:

Posible explicación del desorden que ocurre en los congresos ALAS