Dentro de la situación de bioguerra de la que aún no logramos ser plenamente conscientes, anunciada hace cinco años por Bill Gates en un TED, cada país busca afrontarla de la mejor forma posible. Por siglos, el capitalismo, desperdigado por todo el mundo, nos ha obligado a vivir situaciones extremas. Podemos ser las/os esclavistas o las/os esclavas/os, o estar en cualquier punto intermedio, pero pocas veces nos hemos dedicado a reconocernos mutuamente. Nos centramos en quedarnos en nuestros guetos, en sobrevivir y/o disfrutar lo que nos toque vivir y, si nos esforzamos, en buscar nuestros sueños. Sin embargo, 187 millones de personas en el mundo deben salir diariamente a trabajar para poder comer y no hemos querido resolver este problema social.
Nuestra falta de disciplina


Bajo el mismo paraguas de pautas culturales globales, nuestros gobiernos peruanos, plagados de corrupción y egoísmo capitalista, de autosatisfacción y compras gigantescas, se dedicaron a dorarnos la píldora a quienes tuvimos la posibilidad de salir del riesgo de la pobreza dolorosa, llena de basura y carente de empatía. Una empatía que hubiera logrado espacios urbanos humanitarios, con acceso al agua y el desagüe, sin polvo ni escaleras interminables para trepar hasta la punta del cerro, con parques y biohuertos que alimente el cuerpo y las almas. Una empatía que tuviera más cuidado en el uso del recurso público. No. Nos dedicamos a ser felices con nuestro entorno, en el mejor de los casos, si es que acaso nos importan quienes viven con nosotras/os.

Así, hasta las personas más altruistas con algún poder, no tuvimos en cuenta que, para cumplir con una cuarentena prolongada, debíamos tener espacios caseros adecuados. El agua, el desagüe, la electricidad, la Internet, la televisión, la radio, la telefonía y los aparatos electrodomésticos son solo uno de los aspectos fundamentales para establecernos por periodos prolongados dentro de casa, luego de estar por años sobrecargadas/os con un bombardeo multisensorial de estímulos tecnológicos. Sí, necesitamos distracción y formas de productividad, pero no es lo único. Por muy buen estado financiero que tengamos, millones vivimos confinadas/os en habitaciones o departamentos pequeños, sin un espacio para estar al aire libre, como un patio o un jardín. Con suerte, podemos tener una ventana, porque hay quienes no la tienen siquiera.

Analicemos otros aspectos primordiales. Si no contamos con un espacio para la paz mental, no podremos manejar demasiado tiempo del autoconfinamiento que ha cambiado abruptamente nuestro ritmo de vida. En otras palabras, seguiremos buscando cómo escapar de lo que nos perturba. ¿Qué elementos perturbadores emocionales nos pueden llevar a preferir el riesgo de una neumonía atípica antes que seguir con nuestra vida cotidiana doméstica? Pueden ser externos o personales. Si nuestra vida familiar es violenta o estresante, la necesidad de salir va a ser, incluso, obligatoria. Pero no siempre sabemos o queremos identificar la violencia sexual, psicológica o humillaciones a las que podamos estar expuestas/os, sobre todo las niñas, niños y mujeres. Cuando sí estemos preparadas/os, en Línea 100 nos pueden ayudar en algunas formas de violencia. Sin embargo, otras, las menos visibles, requerirán de un trabajo más estratégico, si es que queremos resolverlo. Una opción posible es el apoyo psicológico y legal telefónico. Del primero, se han ofrecido servicios de contención cortos, aunque no de manera masiva. Si antes teníamos escasez de personal especializado en salud mental, en esta situación histórica se multiplica su requerimiento. Para el segundo, no he tenido conocimiento de algún servicio voluntario que se esté ofreciendo en esta época. En cualquier caso, efectivamente, es el momento para plantearnos un cambio valiente en nuestras vidas. Merecemos un mejor ambiente social doméstico.

Ojo: no estoy señalando solo lo que pueda suceder a quienes están dentro de una vida familiar grupal. Somos miles de peruanas/os que vivimos solas/os, así que para esta población se necesitaría estrategias aparentemente diferentes. Esto dependerá, también, de la edad que tengamos, pues no es lo mismo no sentirse útil a edad avanzada que en los primeros 30 años de vida. Sin embargo, nada funcionará si no hemos aprendido a manejar nuestra realidad casera.

¿Y los factores personales? No todas/os hemos nacido con plena salud ni podemos ser autónomas/os. ¿Contamos, como país, con un mapa para ubicar dónde vive cada persona con discapacidad para definir quiénes requieren salir en estas fechas y buscar mecanismos para que las salidas sean lo más evitables posibles? ¿Sus cuidadoras/es se encuentran estables emocionalmente? ¿Las personas en esta situación tienen todas las facilidades e infraestructura adecuada para pasar 1000 horas dentro de sus hogares? ¿Las/os adultas/os mayores han sido preparadas/os para un aislamiento social en soledad? ¿Existe un sistema para que pueda brindar servicio integral a grupos vulnerables en lo referente a salud, como es el suministro de medicinas, el abastecimiento adecuado de alimentos y dar terapias físicas regulares?

Después de descartar situaciones personales que nos excluyan de la “normalidad social” estructural peruana, revisemos la alimentación. Tengamos en cuenta que el azúcar es catalogado como una sustancia adictiva mayor que drogas duras como la heroína. ¿Cuántos productos envasados usan este ingrediente como conservante o como endulzante? Lamentablemente, su presencia frecuente en nuestra dieta diaria nos obliga a alterar nuestro comportamiento, que incluye la hiperactividad e irritabilidad. Esto implica que la contaminación de nuestro comportamiento estaría atravesada por miles de productos de consumo que, además, afectan nuestro sistema inmunológico.

Continuemos. No ver nuestras emociones por años disminuye la posibilidad de mantener un autoconfinamiento riguroso. Si las personas fuéramos educadas para mirar nuestro interior, como se hace, por ejemplo, con la meditación o el psicoanálisis, podríamos desarrollar no solo altos niveles de tolerancia, sino también mecanismos para manejar el estrés. De lo escuchado y leído en estas tres semanas de cuarentena, en algún momento hemos manifestado insomnio, dolor de cabeza, depresión, alergias cutáneas, desarreglos en el sueño e, inclusive, intentos de suicidio. Esto implica que existen emociones no expresadas verbalmente ni exteriorizadas, por lo que la mente recurre a la somatización para mantenerse estable. A su vez, una política pública en educación emocional incluiría el registro nacional del estado psicológico de toda la población, como si fuera un censo psicológico y psiquiátrico.

En conclusión, un análisis social y psicológico pormenorizado y sectorizado se hace necesario para cumplir con normas de sobrevivencia de la especie. Un censo psicológico y psiquiátrico, alimentos adecuados para un comportamiento estable, capacidad desarrollada para ver nuestro interior, resolución de necesidades básicas estructurales, eliminación de la violencia intrafamiliar, mapeo de personas con discapacidad, servicios psicológicos y legales telefónicos. Para cumplir con una orden de un organismo externo a nuestro entorno cercano, como es el gobierno peruano, debemos querer seguir viviendo. Solo recibir órdenes no será suficiente, porque la amenaza mayor no siempre es una neumonía sin cura. Las crisis, precisamente, sirven para precipitar las situaciones existentes: o nos llevan a superarnos o nos derrumbamos, pero no seremos las/os mismas/os. Y esto también se aplica a las políticas públicas en estados de emergencia sanitaria.